21 de diciembre de 2007

Cese temporal de publicaciones.

Bueno pues ayer andaba comentando con un familiar el tema del blog... y me hizo caer en mi gran inguidad.

El caso es que me hizo ver la realidad, y es que esto que publico aquí esta expuesto a que cualquiera de la red un poco avispado lo copie o plagie.

Por ello dejaré de publicar hasta que encuentre una manera segura de publicar con todos los derechos reservados para evitar cualquier problema legal que pudiera surgir.

Si bien todo lo que aquí se publica es de mi "propiedad intelectual" pararé hasta encontrar la forma de hacerlo con todas las "restricciones" pertinentes.


Les dejo los fragmentos ya publicados pero no colocaré más. Sin embargo el blog y foro seguirán operativos para darles cualquier noticia y para aceptar sugerencias...

Un cordial saludo David.

19 de diciembre de 2007

Javs

Pasaron largas horas en las que Rásel unía canción tras canción animado hasta que un estridente rugido de se estomago le indicó que le tocaba hacer una pausa para comer, decidió parar en un pequeño grupo de árboles que crecían desafiantes en una extensa llanura dorada. Desempacó los enseres para preparar una copiosa comida pues realmente se sentía con hambre suficiente, preparó fuego y cocinó un suculento almuerzo. Después de acabar con él se internó un poco más entre los árboles, apagó el fuego y recogió todo. Encontró entre los árboles un manzano, cogió una de las manzanas y se tumbó entre los arbustos, oculto, a descansar. En la sombra del caluroso día y después de la copiosa comida no le costó dejarse llevar por la fragancia que desprendían las flores que por aquí y por allá se desparramaban en el pequeño corro de árboles, quedándose así dormido sin darse cuenta.

Tras unas horas en las que se sumergió en un profundo sueño se despertó sobresaltado por el extraño rugido de una bestia para él desconocida. Rápidamente se levantó y desenfundó a Eedel. Se escurrió por entre los árboles siguiendo el ruido, preparado para enfrentarse a cualquier cosa. Se detuvo cerca de un frondoso árbol que parecía erguirse en el centro de la arboleda, era de allí de donde procedía el desconocido sonido. De pronto y por sorpresa para Rásel pequeño pájaro descendió de una de las ramas del árbol y se vino a posar delante de él, emitiendo con su diminuto pico el estridente grito. Lejos de molestarse Rásel se sorprendió e intento coger al animalillo que le había provocado tal sobresalto, pero después de dos intentos fallidos el pequeño pájaro volvió a la copa del árbol.

- Pero serás… – dijo al pájaro Rásel – bueno que sepas que un día volveré a por ti, hoy ya me he retrasado suficiente y es hora de seguir.

Cogió el bulto donde tenía las cosas y volvió a la senda. Pasaron apenas dos horas de viaje cuando la noche hizo aparición, sin embargo no tenía ni mínima muestra de sueño o cansancio por lo que siguió avanzando bajo el brillo de la impresionante luna que se alzaba en la estrellada bóveda celeste. Caminaba distraído mirando aquí y allá, le parecía insólito no haberse topado aún con ninguna aldea y más sorprendente aún no haberse encontrado con ningún viajero, sabía de la lejanía de su pueblo con el resto del reino pero nunca imagino que tras dos días de viaje a pie ligero no encontrara a nadie.

El alba le sorprendió coronando una pequeña colonia que se levantaba protectora sobre un rico valle en el que divisó al fin una aldea. Era pequeña con unas pintorescas casas de adobe y paja, eran redondas y todas tenían una pequeña parcela de terreno cultivado en la trasera. Había llegado temprano pues por la altura del sol sabía que no eran si quiera las seis de la mañana así que paso por entre el primer camino firme hasta lo que parecía ser el centro del pueblo. En la pequeña plaza había una fuente en la que lleno sus botas con el agua fresca que la mañana conservaba. Comió algo sentado en la fuente y esperó a que el despertar de la aldea no tardase demasiado.

Al cabo de una escasa media hora los primeros hombres salieron de las casas pero iban tan concentrados en sus cosas que no repararon en la presencia del extraño que se hallaba en la plaza. No fue hasta una hora después cuando un pequeño grupo de mujeres reparó en el extraño hombre, Rásel las observaba de reojo y veía como murmuraban por bajo. Una de ellas se separó del grupo y regresó a la casa. Instantes después asomó por la puerta un hombre tosco de brazos fuertes y se dirigió con paso firme hacia la fuente con un enorme hacha en las manos, pasó entre las mujeres que rápidas le abrieron paso y al ver que no causaba el menor influjo en el extraño dijo con voz potente y enérgica:

- Qué trae a un extraño a nuestro humilde pueblo.
- Nada especial señor, soy un viajero del norte. Llevo dos días de largo viaje a pie desde las Montañas del Norte.
- Y qué le ha hecho a usted parar aquí.
- Como le dije nada especial, simplemente me parecía oportuno cruzar palabra con alguien pues después de dos días no he visto más vida que la de un extraño pájaro. Pero si soy recibido a hachazos no se preocupen ustedes más, yo marcho enseguida, aún me queda un largo trecho por recorrer hasta mi destino.
- Perdone, no era mi intención ser descortés. Entiéndanos, no acostumbramos a ver gentes nuevas por aquí y aún menos si aparece por sorpresa en la mañana.
- No aparecí por sorpresa llegue aquí al alba pero no me pareció de buen visitante llamar a la puerta de nadie, así que espere a que la luz del día se arrojara sobre la aldea y poder así asegurarme que voy en el rumbo correcto.

El rudo hombre bajo el hacha e invitó a Rásel a desayunar a su casa como pago del saludo tan poco. El hombre se llamaba Javs, a pesar de su arranque brusco y un poco tosco resultó ser un hombre extraordinariamente bocazas, en el buen sentido claro. Lo sentó en su amplia mesa, su mujer e hija les sirvieron multitud de platos desde huevos revueltos hasta unos extraños vegetales muy sabrosos que eran propios de la región. Javs en un desayuno frugal fue capaz de contarle a Rásel todo lo que había pasado en la aldea en los últimos 150 años, eso sí sin descuidar la comida de la que hizo buena cuenta. Después de la larga hora en la que desayunaron presentó a Rásel a su hija y a su esposa. Sin embargo, con todo el pesar de Rásel, tuvo que despedirse y reemprender el camino hacia Goteb, pues todavía le quedaban dos días más de camino y quería llegar cuanto antes.

Anduvo por los caminos semioculto pues no quería llamar la atención a los cada vez más frecuentes grupos de viajeros con los que se encontraba. Estaba claro que la Gran Batida atraía a multitudes de personas de todas las razas y lugares pues vio gentes enanas y otras que rozaban los tres metros, gente (si se les puede llamar así) con una piel escamosa y de color verdoso, entre otras extrañas “criaturas” que se dirigían como él a Goteb.

© David Rodríguez González de Chaves

16 de diciembre de 2007

Hoy es un día triste, Hoy es un día alegre

Transcurrieron los días tranquilos, plácidos y perezosos a dejar el frío del invierno. Pero cuando ya se acercaba el final de Friveri el tiempo cambió, las frías ráfagas de viento que había soplado incansables sobre las regiones del norte marcharon hacia otros lugares mientras un sol que comenzaba a calentar surgía brillante en el este, alzándose majestuoso sobre colinas y valles. Rásel tenía todo preparado, un fardo con provisiones para el camino hasta Goteb, una pequeña aldea al sur de Rytiec que por estas fechas bullía de vida pues allí se celebraba el recuento de la Gran Batida4, y varias mudas de ropa. Además llevaba consigo un viejo manto, gris o marrón o verde quizás, pues el paso de los años y largos caminos habían hecho de su color una sombra. Sin embargo su abrigo bien podría compararse con el pelaje más grueso de un animal.

Ya se disponía a abandonar su aldea en la radiante mañana del 24 de Friveri cuando después de una afectuosa despedida de la que fuera su madre, Rásel fue a reunirse con su padre que lo esperaba en la plaza de la aldea. Allí se despidieron como sólo se pueden despedir padre e hijo que saben que quizás no vuelvan a verse jamás.

- Rásel, me cuesta llamarte así… – dijo Remiac notablemente afectado ante la visión de que su hijo lo abandonara ya.

- Padre, sabe que siempre será eso mi padre.

- Sí… bueno en cualquier caso quería darte una cosa antes de que partieras – en ese momento Remiac descubrió una hermosa espada.

- Qué es esto

- Esto no es qué, es quién. Se llama Eedel, fue forjada en los fuegos de la Montaña Perdida. Es un arma de ligero acero, brillante como hielo en una mañana soleada. Posee una magnífica empuñadura de plata, revestida de cuero negro y con dos hermosas joyas engarzadas. Un maravilloso rubí y una magnífica pieza tallada de aguamarina, ambas representan el bien y el mal que habita en toda persona. Su hoja está gravada con runas en un idioma ya extinguido pero dice algo así “Dura como piedra, ligera como pluma y contundente como volcán enardecido”. – la volvió a enfundar y se la entregó a Rásel – quiero que la lleves contigo.

- No merezco tal regalo.

- Sí, lo mereces, además el camino hasta Goteb es peligroso debes llevar arma y que mejor arma que Eedel. Ahora ve y no olvides a quienes te quieren y te querrán siempre.

- Jamás lo olvidaré. Espero volver a verte Padre. – dijo Rásel al mismo tiempo que Remiac le daba un empujón y lo obligaba a partir.

- Yo también hijo, yo también.

Rásel tardó en recorrer el pequeño trecho que separaba de la vieja senda que se dirigía serpenteante por lo horizonte claro y su aldea. Una vez alcanzó la cima de la pequeña colina del sur miró atrás y comprendió que podría ser la última vez que disfrutara de ese hermoso paisaje enmarcado por el bosque de Yanowiec y con las todavía nevadas cumbres al fondo. Adiós – susurró.

Ese día transcurrió pesado para Rásel, se le agolpaban los recuerdos en la cabeza, recorría con su memoria los años de felicidad allí vividos, cómo dejaba atrás toda su vida para sumergirse en un futuro incierto sin más compañía que la de su espada. La noche lo descubrió acampando en las faldas del camino con un pequeño fuego y un manto desplegado en el suelo a modo de cama.

Después de dormir unas horas Rásel amaneció más animado y alegre que el día anterior, se veía ahora con fuerzas para recorrer el camino y hasta buscaba una canción adecuada para tal travesía a lo largo de la enmarañada vereda que subía ahora por una verde colina.


Hoy es día triste
pues marcho de mi casa,
marcho y no se si volveré.

Volver que pesado suena
cuando se trata de la rutina,
pero que alegre sería si supiera
que algún día volveré.

Volver, sí, volveré.
Volveré, si volviera.
Volviera, sí, quizá vuelva.

Hoy es día alegre
pues ando por el camino,
ando y me maravillo ante
lo bello de la naturaleza.

Naturaleza que me invita,
Naturaleza que me apasiona,
Naturaleza que me enreda.

Volver, quien dijo volver,
Es más para que volver,
No me hace falta volver.

Hoy me pregunto
pues estoy confundido,
qué quiero realmente.

Cada paso me responde:
Quieres viajar y disfrutar
Quieres volver y recordar.

Quieres lo que todos quieren,
querer a los que te quieren,
quiere lo que quieren para ti.

Quiérelo pues así descubrirás,
Que lo que querías…
Sólo lo sabes tú.




© David Rodríguez González de Chaves

13 de diciembre de 2007

Se descubre la verdad.

Kaztelad se acercó a Rásel que aturdido se levantaba del suelo, le preguntaba una y otra vez a Rásel cómo lo había hecho a la vez que Rásel le preguntaba qué clase de poema había recitado esa noche. Ambos estaban confundidos, nadie en la aldea sabía que había pasado con certeza, pero muchos murmuraban que eso se trataba de magia oscura.

De entre la confusa masa que se agitaba borracha por la plaza surgió Remiac para poner calma y explicar lo sucedido.

- Queridos amigos, siento este desconcierto pero ha sido todo culpa mía. Saben que soy hombre rudo y de pocas palabras pero quería darle a mi hijo una bonita fiesta de Atogé pero calculé mal la potencia del artificio, por suerte no causó daño alguno. Espero sepan perdonarme y podamos seguir disfrutando de la excelente cerveza que nuestro querido Kaztelad nos ha proporcionado en esta hermosa noche.

- ¿Remiac entonces ha sido un burdo fuego de artificio?

- Si Kaztelad, siento las molestias. Puedes unirte a la fiesta de nuevo. Ve tranquilo.

La gente desconfiaba un poco, pero después de tomarse dos cervezas olvidaron lo sucedido y siguieron bebiendo, hasta Kaztelad abandonó la idea, como hicieron todos, de que algo mágico y extraño hubiera podido pasar. Rásel se había retirado tras de su padre, pues después del discurso se perdió en la noche, para pedirle una explicación. Rásel lo encontró en las afueras junto a su madre, sentados una piedra. Su padre parecía flotar, era como si no estuviera allí. Hasta que de pronto despertó de su pequeño letargo. Llamó a Rásel y le contó una vieja historia, tan vieja como el propio pueblo de Rytiec.

- Esto que te voy a contar hijo sólo unos pocos lo conocen, es una historia muy vieja que me contó un día un sabio amigo. Es una leyenda que habla de Rytiec y de Uilork Wrock. Todo comenzó mucho tiempo atrás, la historia se remonta a los tiempos en los que Gutmord no era más una pequeña región del norte. Uirlork era un joven soldado del imperio y durante una noche de guardia en los bosques del norte, una noche fría como la de hoy y clara como un día de verano, un rallo surcó el cielo iluminando hasta el rincón más oscuro de los bosques y vino a golpear en el pecho del joven guardia. Después de esa noche los pasos Uirlork se desconocen, nadie supo de él jamás. Algunos cuentan que el rallo que lo alcanzó lo fulminó en el instante, pues no se encontraron de él restos ni cadáver, otros dicen que se convirtió en fantasma y que baga por los bosques como un alma en pena, y algunos afirman que nunca existió Uirlork ni nada parecido. Pero yo sé que esa historia es verdad, lo sé porque una vez el rallo descargó o cayó sobre él arrasó esta aldea. Mató a muchos, por no decir todos, los que aquí vivían para luego desaparecer. Sólo sobrevivió uno de los habitantes que tuvo la suerte de encontrarse en la cima nevada oculto bajo los blancos arbustos. Como te dije los pasos de Uirlork se perdieron. La historia del rallo cayó en el olvido, sumergiéndose en el mundo de las sombras hasta casi desaparecer. La aldea se perdió entre las montañas, la gente no quería vivir aquí. Los caminos de piedra que un día la unieron con la capital el tiempo los borró. Y hasta yo había olvidado esta historia, pero hoy después de 2500 años se ha vuelto a repetir.

Rásel estaba completamente aturdido por el relato de su padre, no creía sus palabras.

- Padre no se si creer lo que me cuenta, pues es muy extraño. Por qué dijo entonces que había sido un artificio lo que me golpeó

- Hijo mío esto es tan cierto como tu y como yo, pero es una historia complicada. Es mejor que crean que soy un estúpido.

- Pero entonces, quién es ese superviviente y porqué nadie sabe lo ocurrido en aquel tiempo.

- No soy yo el único, ya te dije, que conoce la historia, pero eso no importa.

- Ya, pero quién fue ese superviviente – volvió a preguntar Rásel.

- Lo conoces, es el hombre que te curó.

- Cómo… me estás diciendo que Otomerk es el superviviente.

- Sí. – contestó su padre

- Pero… es imposible, tendría mas de dos mil años.

El padre rió con fuerza y le explico que se refería a que los ancestros de Otomerk fueron los supervivientes. Remiac iba a contarle la historia de Otomerk cuando Mtawa, madre de Rásel, que había permanecido callada durante todo el tiempo interrumpió a su marido…

- Sé que todo esto es muy extraño pero debes creernos, es cierto. Puede que haya sido un error olvidar esto pero nunca pensamos que tu pasado volviera a ti después de tantos años.

- Mí pasado…

- Calla y escucha – su madre siempre cariñosa escondía un carácter fuerte que florecía cada vez que algo importante sucedía o requería de él – Tú no eres nuestro hijo, eres hijo de una larga estirpe de reyes que lucharon contra el mal que desde más allá del Gran Muro del Este ha azotado esta tierra desde los tiempos remotos.

- Madre…

- Calla – Rásel calló, aunque no de buena gana – Tienes que creerme. El mal nació, no se sabe bien como, en el este y quemó el viejo continente. Convirtiendo las maravillas que allí se alzaban, majestuosas e imperecederas, en polvo y pasto de las llamas. Desde los fuegos del que fuera el mayor Imperio de la tierra antigua surgió un enorme poder que sumió todo en las sombras. Arrasaban todo rastro de vida allá por donde pasaban, hasta que un día en el corazón de Dok una gran alianza entre todas las razas consiguió parar el avance del mal. Tras una intensa batalla desaparecieron las sombras y la luz iluminó de nuevo la Tierra Media. El mal vencido ese día nadie sabe como consiguió extinguirse, sólo los viejos Connex pueden contestar esa pregunta, pues sólo ellos conocen la naturaleza del mal, sólo ellos saben que es ese mal.

- Mtawa…

- Cariño – dijo tapando la boca a su marido – se que juramos no decir esto nunca pero sabes tan bien como yo que esto no es fruto de la casualidad. Rásel debe partir hacia la capital, deberá andar el viejo camino hasta la capital allá en el lejano sur.

- Tu madre tiene razón, bueno Mtawa. Deberás partir a Gut y descubrir allí lo que el destino tiene preparado para ti.

- Pero podría convertirme…

- No, jamás. Bueno al menos así lo creo, pues tu corazón es puro.

- Quizás pero…

Después de una larga noche en la que Remiac y Mtawa aclararon las mil y una preguntas de Rásel, preguntas lógicas pues esa noche había pasado de ser una feliz noche de Atogé a un encuentro con un pasado olvidado, al fin acordaron que Rásel debía partir pronto hacia Gut y seguir allí su camino, pues no había manera de encontrar al viejo amigo de Remiac o de saber con certeza lo que podría suceder. Por ello Rásel se iría con las últimas nieves a finales de Friveri para enfrentarse con lo que el caprichoso destino le tuviera dispuesto.




© David Rodríguez González de Chaves

8 de diciembre de 2007

Fiesta o desastre.

La noche cayó en Rytiec fría como nunca, no obstante había varios jabalís asados y buen número de barriles de magnífica cerveza que servían de un combustible inmejorable, además los cantos de las muchachas del pueblo animaban a la cada vez más alegre prole de hombres que se arremolinaban junto al fuego bebiendo y degustando la carne. Cuando la medio noche era ya un hecho Rásel subió a uno de los barriles y alzo la voz por encima de los cantos y voces.

- Amigos. Amigos – volvió a gritar para conseguir silencio – como saben están hoy aquí reunidos, bebiendo y cantando para celebrar el fin de mi Atogé. Empecé hace ya diecinueve largos años en los que he aprendido las costumbres y me he entrenado para ser un hombre de nuestro maravilloso pueblo. He conseguido matar a uno de los Grandes Rojos, aquí la prueba – dijo alzando la mandíbula de enormes dientes del oso – Pero como también saben conservo un profundo recuerdo de porque sólo los elegidos3 consiguen terminar. – se descubrió el pecho y mostró a todos la gigantesca cicatriz que le surcaba como un río el pecho, producida por el roce de la garra del oso – como ya lo fuera mi padre y antes que él, el padre de mi padre y así una larga estirpe. Hoy recibiré el espíritu de Gotark que guiará y dirigirá mi vida desde hoy, hasta el fin de mis días.

En ese momento Remiac, padre de Rásel, se levantó y le dio a su hijo el símbolo familiar. Era un precioso cetro tallado en madera con unos relieves de armas perfectos, era el vivo ejemplo de un arte ya olvidada en Rytiec y el fruto del trabajo de maestros ebanistas. Rásel lo cogió con sumo cuidado y lo alzó jurando ante Gotark que siempre protegería su familia por encima de todo, incluso de su propia vida. Después de esto Kaztelad se irguió, queriendo estirar aun más su ya de por sí largo cuerpo, y como marca la tradición se dispuso a convocar a Gotark para bendecir con su espíritu a Rásel…

Tras esto algo extraño sucedió. Un rallo salido de la nada, pues la noche era clara como pocas, atravesó el cielo estrellado y dio a Rásel en el pecho, derribándolo. Todos se quedaron boquiabiertos, jamás había sucedido algo similar.



© David Rodríguez González de Chaves

Regreso a casa.

Días después Rásel despertó tumbado en una mullida cama de plumas, algo mareado y con un hambre atroz. Al intentar levantarse para ver donde estaba un profundo dolor lo postró de nuevo en la cama.

- Aaaahhhh! – gritó Rásel

- Los dioses existen, al fin te has despertado

- Otomerk, ¿eres tú?

- Si soy yo – contestó el anciano

- Pensé que no llegaría, por cierto dónde están los dientes.

- Abre la mano y los verás. No hubo manera de quitártelos, ni aun estando dormido soltaste la dentadura.

Rásel comenzó a reírse, sin embargo pronto se ahogó y cambió la risa por una tos que en vez de calmarle le causaba más dolor. Otomerk le dio de beber un extraño brebaje que le produjo una agradable sensación de bienestar. Pasaron dos semanas más en las que no se movió de la cama, tomando extraños brebajes que el viejo de Otomerk le daba.

Fue ya bien entrado Janu cuando por primera, desde hacia ya mucho tiempo, Rásel salió de la cabaña del viejo curandero. Se dirigió al poblado, puesto que el curandero vivía a unas dos millas del pueblo. Caminaba por un sendero viejo, podía sentir el aire puro y fresco. Olvidando todos los repelentes olores que desprendían los potingues de Otomerk, aunque quizá el olor fuera del propio curandero, en cualquier caso se sentía limpio, recuperado, animado y con ganas de ver a su familia a la que no veía desde hacía casi un mes. Recorrió así, casi sin darse cuenta, el sendero que conducía hacia su casa.

Al llegar se encontró con una grata sorpresa, su padre aun se encontraba en el pueblo. Al verlo este dejó el arco y el carcaj en el suelo y se fundió en un efusivo abrazo con su hijo.

- Creí, que el maldito mago ese no te soltaría nunca. – dijo al borde de las lágrimas su padre.

Su padre hombre rudo y de pocas palabras, al ver como su único hijo salía vivo de la cabaña del mago (no era corriente que nadie sobreviviera a las curas de este, en la aldea ya nadie acudía a él), se había ablandado. Los dos entraron en la casa en la que la madre rompió a llorar al mismo tiempo que lo abrazaba.

- Madre, o me suelta o me acabará por asfixiar – dijo entre risas Rásel

Después de una agradable mañana en la que Rásel contó a su familia y a los vecinos del pueblo, que rápidamente acudieron a la casa en cuanto lo vieron llegar, lo sucedido en el la gruta y en la cabaña partió, como debía haber hecho ya, hacia la cabaña del jefe del pueblo. Tenía que demostrarle que había matado uno de los Osos Rojos de las Grutas heladas para que él lo bendijera con el espíritu de Gotark2 y pasar oficialmente a ser mayor de edad (por mayor de edad los habitantes de Rytiec entendían aquellos que habían completado la Atogé). Se despidió de los vecinos y salió de la casa para hablar con el Jefe. Este vivía a unos metros de su casa, justo comenzaba la plaza principal (donde todos los Domin se celebraba el mercado) estaba su cabaña. Tocó fuerte con los nudillos sobre el grueso portón de madera y la voz dura y autoritaria de Kaztelad le invitó a pasar.

Rásel nunca había estado en la cabaña pero al entrar todo le resulto tremendamente familiar y agradable, siempre había esperado que la casa de Kaztelad fuera como él: áspera, desagradable, oscura y fría. El Jefe lo recibió con un saludo bastante afectuoso para lo que solía ser común en él…

- Hola Rásel.

- Hola, ¿qué tal todo en mi ausencia? – dijo un poco sorprendido Rásel

- Bien bien, me han comentado lo sucedido en la montaña. Espero no haya valido la pena esa cicatriz… - dijo socarronamente Kaztelad

- Sí, tranquilo que los dientes los tengo. Espero que esta noche pueda finalizar la Atogé.

- Tendré que ver esos dientes primero, no es que desconfíe pero… ya sabes como funciona esto.

- Ya… los tengo en mi casa vamos te los enseño y acordamos el precio (se acostumbraba a dar una gran fiesta para celebrar la mayoría de edad y toda fiesta requería de buena comida y bebida, y como era Kaztelad el único que tenía bodega en el pueblo había que pagarle por la cerveza)

- Pensé que no lo recordarías.

Era conocida la codicia de Kaztelad que podía llegar a poner precios abusivos a su cerveza, que por otra parte era la mejor cerveza de todo Gutmord, por lo que dar una fiesta como la que tendría lugar esa noche requería de una gran inversión económica por parte de la familia, sin embargo valdría la pena por refrescar sus gargantas con tan sabroso manjar. Al llegar a la casa y acordar, no sin pequeñas discusiones por el precio, los términos de la fiesta Kaztelad se fue para prepararlo todo y Rásel junto a su madre se preparaba para dar fin a la Atogé.




© David Rodríguez González de Chaves

6 de diciembre de 2007

Flaquean las fuerzas

Tras dos días más de viaje, en los que lo único que vario en el pasar de las horas de Rásel fue el paisaje. Atravesó el bosque de Yanowiec de Sur a Norte hasta que al fin llego a las Gargantas Heladas. Llevaba ya tres días durmiendo lo justo y comiendo únicamente dos veces al día y no se apreciaba en él ni la mínima nota de cansancio.

- ¡Por fin he llegado! – exclamó Rásel al ver los oscuros desfiladeros de hielo. – Mañana culminaré mi cometido.

Así en la mañana del cuarto día se despertó, un poco entumecido por el frío de la noche, en la entrada de la Gran Garganta. Un impresionante desfiladero helado, en el que el Sol no tenía cabida y la vida parecía no existir. No obstante había ido hasta allí, solo, sin comida, sin más protección que una camisa de lana y unos raídos pantalones de algodón, con un simple cuchillo para dar muerte a uno de los enormes osos rojos que vivían en las profundidades de estas gargantas. Caminó a lo largo de tres millas adentrándose en la gélida trampa, hasta que consiguió divisar, entre el resplandor de la extraña luz que inundaba todo el espacio, a un gigantesco ejemplar. Pesaba al menos 800 kilos y poseía unas garras que bien podrían haber pasado por un grupo de guadañas apiladas, su pelaje era rojo intenso. Claro símbolo de su masculinidad y su avanzada edad. Si bien esto podría parecer una ventaja no lo era, puesto que los osos rojos poseían el don de ser inmortales (sólo se podía acabar con uno de ellos cortándole la cabeza). Este don les proporcionaba la capacidad de desarrollar su fuerza y ferocidad hasta límites sorprendentes. Un oso adulto, como el que Rásel tenía delante, podía arrancar uno de los pesados pinos que crecían en el norte del bosque de un solo zarpazo o partir a un humano en dos.

- Es perfecto – se dijo para si Rásel – está solo y todavía anda adormilado.

Esto lejos de ser verdad, pues era bien sabido que los osos rojos sólo iban solos cuando se dirigían a cazar (momento peligroso para acercarse a cualquiera de ellos), le servía para reunir el valor suficiente para enfrentarse cuerpo a cuerpo a semejante bestia. No obstante empuñó su pequeño cuchillo y se interpuso en el camino del oso. Ambos se tantearon, el oso contemplando al que sería su cena y Rásel al que sería perfecto sacrificio para la culminación de la Atogé1, y para sorpresa de Rásel la bestia no se lanzó directamente contra él. El gigante rojo lo estaba estudiando con sus penetrantes ojos amarillos clavados en los grises ojos del humano y cuando creyó que su presa estaba paralizada a causa del pánico se lanzo en una veloz carrera hacia él. Sin embargo Rásel salió del estado de semiensoñación en el que el oso lo había sumergido, esquivando milagrosamente con un salto el enérgico zarpazo del oso. Pero la bestia no se rendiría tan fácil, sobre todo por haber encontrado comida sin necesidad de salir de la gruta (cosa muy poco usual pues ni los más inocentes animalillos se adentraban en los parajes gélidos de los osos rojos), y lanzó un nuevo ataque. Rásel nuevamente saltó pero esta vez no fue un único zarpazo sino una serie de ellos que acabó con un último más potente que le rozó el pecho, abriéndole una gran herida que le atravesaba todo el torso. La bestia tenía una gran ventaja ahora, pero no la supo aprovechar ya que Rásel no se había quedado parado y con un hábil movimiento de muñeca clavó el puñal en la cabeza del oso que cayó abatido al frío suelo.

Había cumplido su misión aunque se llevaba un doloroso recuerdo, y es que una enorme brecha le cruzaba el pecho haciéndolo sangrar de forma alarmante. Se quitó la desgarrada camisa y se hizo un vendaje con ella intentando parar la más que evidente hemorragia. Luego arrancó el cuchillo de la cabeza del que hasta hace unos instantes fuera la mayor bestia que jamás había visto y como le enseñaran en el templo arrancó los dientes del oso, prueba de que lo había matado. Después de esta dolorosa operación, ya que el tener que realizar este ancestral ritual con una herida en el pecho era una tortura, corrió hacia la salida de la gruta.

Una vez fuera se adentró en el bosque, que ahora más que nunca le parecía inmenso. Debía llegar rápido al pueblo ya que sino moriría desangrado, necesitaba curas con urgencia por ello a pesar del sufrimiento que era para el dar cada paso corrió sin descanso durante dos largos días deshaciendo el camino andado. Cuando el sol del séptimo día de cacería hizo aparición y ya no parecía quedarle una gota de sangre más con la que impregnar su camisa un extraño hombre lo vio. Rásel venía caminando como si de un muerto viviente se tratase, con el torso completamente cubierto de sangre, los dientes del oso en la mano y el pequeño cuchillo en la otra, avanzando por entre los árboles y arbustos.

- Tranquilo chico que ya has llegado – gritó el hombre que se acercaba para auxiliarlo.


- Gra…

Fue lo único que consiguió decir Rásel antes de desplomarse sobre la hojarasca.




© David Rodríguez González de Chaves

4 de diciembre de 2007

Comienza la andanza.


Allá por el 24 de Diclokc del año 2467 (Computo de Gutmord) comienza nuestra historia. En el pequeño poblado de Rytiec, cerca del bosque Yanowiec…

Era una fría y oscura mañana de invierno, no muy diferente al resto de mañanas que infatigablemente nacían desde Octvruc hasta Friveri conservando el manto helado de las Montañas Blancas durante la estación fría. Sin embargo un extraño brillo en el renacer de un sol cada día mas perezoso, presagiaba que algo especial ocurriría hoy.

Rásel llevaba varios años preparándose para este día, tenía su pequeño fardo más que listo y preparado. Quizás porque sólo estaba formado por un pequeño cuchillo y una manzana. En cualquier caso según el primer rallo de luz se coló por entre los cristales de su pequeña ventana, lo cogió y salió con un ansia inaudita hacia la montaña. Nadie lo acompañaba, nadie se levantó para despedirlo y nadie lo esperaba en la entrada del poblado; a pesar de ello Rásel caminaba, o más bien trotaba, con el espíritu de toda la aldea.

Después de unas horas de viaje a lo largo del empinado sendero que zigzagueaba por la colina norte, decidió parar para tomar el desayuno. Cogió la manzana y le dio unos grandes bocados, devorándola, sin apenas saborear el jugoso manjar, no porque no apreciara la fruta sino porque realmente debía darse prisa, ya eran casi las 9 de la mañana y aun le quedaba un largo camino por recorrer. No se distrajo más y emprendió de nuevo la marcha hacia el bosque de Yanowiec en las Montañas Blancas. Esta vez, haciendo gala de las costumbres de Rytiec, entonando una hermosa canción:



Como cada mañana,
mañana me levantaré,
levantaré mi pierna,
y mi pierna en el camino pondré.


Camino largo,
camino corto,
todo depende de a dónde quieras llegar.


Camino mágico,
camino monótono,
todo depende de cómo lo quieras ver.


Camino que impulsa,
camino que destroza,
todo depende de cómo quieras ir.


Yo hoy quiero:
un camino largo,
un camino mágico,
un camino que impulse.
Sin embargo, hoy no habrá camino,
pues hasta mañana no partiré.


Así siguió, cantando y riendo. Hasta que de pronto la noche le sorprendió, trotando aún rumbo al ya cercano bosque. No había comido nada desde que engullera la manzana, por suerte era de noche, buen momento para cazar y saciar así su hambre. Como si fuera una bestia salvaje se arrastró en la noche con el cuchillo preparado y en busca de una presa. Durante casi una hora dio estúpidos rodeos hasta que al fin encontró lo que andaba buscando. Una madriguera y a juzgar por el tamaño, de un conejo salvaje. Tendría que hacer salir al conejo y para ello, como le habían enseñado de niño, prendió fuego a unas ramitas. Construyendo una pequeña antorcha que utilizó para inundar la madriguera de humo, con la esperanza de que no se hubiera equivocado y el conejo se encontrara dentro, obligándolo a salir. Por suerte tras unos instantes de espera el conejo trato de salir de la madriguera. No obstante, Rásel estaba preparado y nada mas asomar el hocico del conejo le asestó una puñalada mortal. Aprovechó el fuego y comió un sabroso conejo. Una vez terminó apagó el fuego, pues a pesar de la total oscuridad, ni la luna había hecho aparición esa noche, y del viento gélido que comenzaba a azotar su cuerpo, le llevó a correr el riesgo de alertar a las peligrosas criaturas que habitaban el bosque. Pero el hecho de no llevar fuego no le impedía ver, pues su pueblo se había acostumbrado a “observar en la oscuridad”, por lo que a pesar de llevar todo el día corriendo decidió continuar.




© David Rodríguez González de Chaves