No
era más que otro día del frío invierno. Un invierno que como
cualquier otro en nuestra tierra, Sowim, parecía iba a durar más de
lo adecuado. Esas nubes, inmensas ellas, ancladas o más bien
dulcemente adormecidas entre las montañas no hacían otra cosa que
descargar nieve día tras día. Y es que no hacía sino un par de
días que había dado comienzo la estación fría y ya nos
encontrábamos una firme capa de nieve cada mañana al despertar. Una
nieve que como no, me tocaba a mi retirar. No era fácil, un par de
pulgadas al día es sencillo, incluso lo que parecía ser un par de
pies esa mañana sería bonito; los niños podrían jugar con ella,
hacer algún muñeco y por supuesto pelear. Pero eso sólo era para
el primer día; el segundo, el tercero y no digamos ya en adelante
era pura rutina. Una rutina que te hacía sudar nada más despertar.
Pero
había que hacerlo, así que cogí la pala y me preparé para la
pequeña avalancha que se me vendría al abrir la puerta. Seguro que
algún sureño se preguntará porqué la puerta se abre hacia dentro
y no hacia fuera, “de esa manera te ahorrarías tener que limpiar
la entrada” me diría, pero es bien sencillo, si abriésemos la
puerta hacia fuera no seríamos capaces de ello. Intenta empujar
varios pies de nieve... En fin, la nieve como bien dije, parecía
haber alcanzado los dos pies de altura ya que me cubrió los
tobillos. Era una mala noticia, la nieve se derritió rápidamente
con el calor del hogar, aunque sólo quedasen unas pocas brasas era
un horno comparado con las gélidas temperaturas que había fuera,
así que ahora tenía los pies fríos y húmedos mientras despejaba
la entrada.
Tardé
un rato largo y la tarea me hizo sudar, si bien seguía teniendo los
pies fríos después de un rato junto a la chimenea no los tenía ya
mojados y con la puerta despejada podía ir como hacía todos los
días a despertar a Javs. Es increíble de lo que era capaz, podía
caersele el techo encima que seguiría durmiendo, es como si su
cuerpo decidiera que hacía demasiado frío fuera como para hacer el
esfuerzo de despertarse; así que, por cuenta propia, se ponía a
invernar. Sólo varios tortazos bien dados lo sacaban del sueño, a
mi claro no me importaba, me calentaba las manos y a él... bueno
diremos que le hacía menos gracia pero al menos se despertaba.
Mientras
huía del oso al que acababa de despabilar corría hacia el comedor.
La nuestra era una aldea pequeña, todos éramos mal que bien una
gran familia. Por supuesto había de todo y como se suele decir, no
hay cabrón que no te clave los cuernos. Así que si bien con Mike
Cask, su señora esposa y al oso al que tenía por hijo podía pasar
por mis padres y hermano, había otro tipo de personajes. Y fue con
uno de estos con los que me topé, apunto ya, de alcanzar el gran
salón que era el comedor.
- Tú, chico, sé que fuiste tú. No, no me mires así, lo pagarás. - sonreí - Te quitaría esa puta sonrisa de la cara de una trompada pero... Entonces no tendría la satisfacción de sostener el látigo.
- Vamos, vamos... No ha hecho más que despuntar el alba y ya estás buscando algo que cargarme. - Era Ern, el viejo Ern, vivía sólo y amargado con un puñado de cabras en la parte más alejada de la aldea, bueno se puede decir que vivía fuera de ella, sólo pasaba para comer en el salón y traer, como hacían todos, sus productos al mercado. - Qué se supone que he hecho esta vez...
- Ah, chico chico, un día de estos cogeré tu fea jeta y te pisaré tan fuerte que no será más ancha que un pergamino.
Y
sin mediar más palabra siguió avanzando por la calle, estaba
demasiado gordo para poder alejarse rápido y mucho menos con la
cantidad de nieve que había por el camino, así que tardo un poco,
con su caminar renqueante, en alejarse lo suficiente para poder
contarle a Javs que era lo que le había hecho al viejo. El viejo
siempre andaba molestando así que llevaba un par de steist que de
vez en cuando le soltaba la portezuela del corral de sus preciadas
cabras. No penséis mal, sus cabras no eran como él, ellas eran
inteligentes, así que sabían que no debían salir de la seguridad
del corral y menos en una fría noche de invierno; así que a pesar
de que era la cuarta vez que lo hacía no se le había perdido ni una
sola cabra. Sin embargo, el viejo siempre aparecía hecho un bhak por
el pueblo la mañana que se lo encontraba así. Era una novedad que
me acusara a mí de ello, aunque sólo en parte, como dije siempre
estaba molestando.
- Va cuenta, qué le has estado haciendo al viejo. Hace cuatro días te vi salir por la noche hacia el norte.
- ¡Oh!, no me lo puedo creer. Qué hacías despierto más allá del crepúsculo, no me lo digas. Tu padre acababa de terminar pastelillos de manzana.
- Buee... en realidad eran de limón. Pero ..
- Que sí... le he dejado abierta la puerta del corral.
- Jajajaja, así que era por eso por lo que baja gritando y maldiciendo a todos de vez en cuando.
- Sí
Mostré
mi mejor sonrisa, esa que tanto desquiciaba al viejo, y entramos al
salón. Al fin y al cabo el día era frío y la promesa de un buen
desayuno caliente alienta a cualquiera. Además pensar que el viejo
estaba tan jodido que quería “aplastarme la cabeza hasta
convertirla en pergamino” era el mejor aliciente para empezar el
día con energías. El comedor estaba caliente, el gran horno de
piedra que había al fondo de la habitación y que hacía rato no
dejaba de sacar pan recién hecho, caldeaba el ambiente, dejando no
sólo calor sino también un agradable olor suelto en la habitación.
Nos sentamos donde siempre, lo más cerca del horno posible y junto a
la ventana; después de haber cogido medio pan blanco untado con
manteca de cerdo y una jarra de cerveza floja cada uno.